Adquirir relojes antiguos hace unos años era una labor complicada para cualquier coleccionista. Debían recorrer grandes distancias para reunirse con propietarios que, en muchas ocasiones, no estaban dispuestos a deshacerse de sus pertenencias a la ligera. Acudir a ferias, rastros, mercadillos o subastas eran otras formas de intentar hacer crecer sus colecciones, pero no siempre eran tan fructíferas como debieran. En todo caso, se corría el riesgo de hacer muchos kilómetros sólo para ver como los precios se disparaban por encima de sus presupuestos o que la calidad de las piezas no era la esperada.